Después de un breve matrimonio, que a él le pareció que había durado milenios, logró separarse de su mujer. Fue un divorcio muy duro: debió darle varias trompadas y puntapiés en los tobillos, para que su esposa entendiera que el amor entre ellos había terminado.
De nuevo soltero, se dispuso a disfrutar su bien ganada independencia. Trasnochadas, ir de copas con los amigos y ver todo el fútbol que se le ocurriera a la hora que se le daba la gana fueron su primer y disfrutado logro. Después, salió a la caza de damiselas, pero descubrió que las de veinte ya le llamaban abuelo.
Cuando su departamento ya se parecía más a una covacha que a una vivienda decente, decidió buscar a una señorita casadera, que supiera hacer todas las tareas domésticas y fuera una excelente amante. Logró encontrar a algunas que llenaban esos requisitos, pero tenían hijos ruidosos o directamente lo miraban con lástima.
Pero fue cuando resolvió bajar el nivel de exigencia, que encontró a la mujer perfecta. La ve de vez en cuando y a escondidas, porque el nuevo marido de su antigua esposa es muy celoso.
(fotografía: escena de la película "La dolce vita")