No fue nuestra culpa. Estábamos famélicos. Por eso, comenzamos a devorar todo lo que encontrábamos a nuestro paso. Nuestros bocados favoritos eran los viejos, los niños y todo aquel que fuera poco ágil para buscar un rápido refugio. Ahítos, complacidos, recorríamos las calles como grandes señores, exhibiendo aquellos merecidos trofeos: brazos, piernas y alguno que otro miembro pequeño de olor excitante. Los humanos son ingeniosos, pronto recurrieron a las prótesis. Nos llevamos más de un chasco con las piernas ortopédicas. Afortunadamente, algunos lucían su flamante pata de palo. Es bueno afilar los dientes en la madera, mientras uno escucha los chillidos del portador de semejante preciosura. La única forma de callarlo era arrancarle la otra pierna, o, mejor aún, la cabeza. Como lo bueno dura poco, nos quedamos sin provisiones.
Pero… no me mires con esa cara, ¿no tendrás algo para darme de comer?
publicado en el blog: http://quimicamenteimpuro.blogspot.com/
¡Qué deliciosa salvajada!
ResponderBorrarMuy bueno, María.
Gracias, Javi, por pasar y por la lectura
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