La solipsita se sentía única, hermosa, perfecta, irrepetible: la responsabilidad de la existencia del universo, el girar de las esferas, el curso de los vientos, el flujo de las mareas, todo dependía de ella, o eso creía, al menos. El Guardián temió por la supervivencia de las especies y resolvió enfrentarla a la prueba suprema: los espejos.
La solipsita se vio, a sí misma, repetida en cien imágenes. Los puños cerrados golpearon los espejos, una y otra vez, hasta romperlos. Cuando la sangre manchó los fragmentos de cientos de solipsitas, la criatura lloró por primera vez en su vida.
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Me gusta tu espacio. Seguiré visitándote.
ResponderBorrarSaludos!
Este relato me ha sonado a Schopenhauer.
ResponderBorrarGracias, Mónica, por visitar mi blog.
ResponderBorrarJavier, gracias por el enorme elogio.