Ann_Té, con un gesto lúdico, hundió sus dedos en el frasco lleno de salmuera y extrajo una lombriz; se la introdujo en la boca y la saboreó. Sham apartó su vista del panel de navegación y observó a la venusina con disimulo: imaginó el sabor picante de la lombriz diluyéndose en la boca de Ann_Té, imaginó a esos labios amarillos, incitantes, recorriendo su cuerpo y lo inundó una oleada de calor. Las reglas de convivencia intergaláctica le impedían relacionarse con los habitantes de otros mundos, pero la mirada de Ann_Té fija en él era demasiado provocativa para ser eludida. La actitud de la muchacha tenía algo de desafío, un desafío que Sham evitó una vez más. Optó por concentrar su atención en las luminiscentes pantallas en las que se podía apreciar el espacio exterior. Dentro de una semana, cuando arribaran a Anouk XV terminaría su suplicio, no la vería más y podría finalizar una relación que jamás había comenzado.
Un imprevisible viraje de la nave regresó a Sham a la realidad y lo obligó a centrarse en los controles de la computadora madre. Solucionado el problema, Sham volvió a zambullirse en sus pensamientos. Especuló que, tal vez, si Ann_Té accedía a instalarse con él, cuando llegaran a destino renunciaría a su tarea de mecánico y navegador y haría las gestiones para que les asignaran uno de los edificios nuevos, modernos y de exterior impoluto que abundaban en Anouk XV. Allí nadie se iba a inmiscuir en sus hábitos sociales y podría disfrutar, sin culpas, de los placeres de la venusina. Por sus trabajos en la Flota le correspondía una anualidad fija con la que ambos podrían convivir. La próxima vez que ella intentara avanzarlo, se lo diría, estaba casi seguro de obtener una respuesta afirmativa. Después de todo, qué tenía que perder.
Pero cuando la volvió a ver, las palabras de Sham murieron antes de ser pronunciadas: el cuerpo de Ann_Té había cambiado, se notaba más grande, redondeado, informe, parecía que la venusina se encontraba a punto de estallar.
—Desovar —aclaró ella, al adivinar sus pensamientos.
Aunque no lograba entender lo que estaba sucediendo, presa de una irrefrenable excitación, Sham preguntó:
—… ¿y yo puedo acompañarte? Te ayudaría con tus pequeños.
—Por supuesto. Ésa siempre fue mi idea: mis crías necesitan alimento.
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