No tenía ganas de
dormir la siesta. Dejó los platos sin lavar en la pileta y regresó al parque. Llevó la radio, se tiró en
el pasto y se puso a escuchar fútbol. Se quedó en el parque toda la tarde,
oyendo la radio, dormitando y recordando a la Nélida que, después de tratarlo
de vago y de inútil, un día se marchó dando un portazo. Habían sido solo tres
años de convivencia, que le pesaban como si fueran una vida entera. Ahora era
libre, nadie le rezongaba ni le reclamaba nada, pero Hugo igual se acordaba de
la Nélida, porque con ella se había ido un pedazo de su vida. Al caer la tarde
una melancolía inútil lo arrastró al bar más cercano, pero no se pidió una
birra. La guacha esa no me merecía que él se emborrachara por ella. Se mandó al
buche un café con leche con medias lunas y aprovechó para leer el único diario
que el dueño del bar ponía a disposición de los clientes. Así fue matando una a
una las últimas horas del día domingo, hasta que la noche lo sorprendió
regresando a su departamento. Prendió el televisor y se puso a ver cualquier
cosa; la cuestión era quedarse dormido, sin tener que pensar demasiado. Total,
al día siguiente, volvería a ser equilibrista en el subte y malabarista en el
tren, y en la oficina, el auxiliar le ofrecería un café y lo llamaría señor
Gómez, y por cinco días más volvería a sentirse una persona.
“...yo soy el invisible anillo que sujeta el mundo de la forma al mundo de la idea. Yo, en fin, soy ese espíritu desconocida esencia, perfume misterioso de que es vaso el poeta” Gustavo Adolfo Becker
jueves, 10 de octubre de 2013
Blues para un día domingo
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Está Bárbaro, Pilar. Me gusta mucho.
ResponderBorrarGracias, Cristian.
ResponderBorrarGenial este cuento Pilar
ResponderBorrarUn abrazo
¡Muchas gracias, Claudia!
ResponderBorrarQue manera tan precisa de describir un domingo en soledad. Me encantó
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