En Ottilia, las calles son estrechas, empedradas, con lomas que suben y bajan. Las casas, blancas, con techos redondos y muchas ventanas en las que brillan los hilos de seda de las cortinas.
Los niños corren libres y sin miedos, gallinas y perros escarban la tierra de las quintas. El río está cerca. Es siempre verano, por eso las siestas son largos rituales.
Hombres hay muy pocos. Sólo permanecen los más viejos y los más pequeños.
Las mujeres tejen alfombras, cortinas, túnicas de texturas sedosas y colores claros. Suelen ser muy bellas y entrelazan cordones multicolores en sus trenzas.
Pero los forasteros temen quedarse a dormir en Ottilia.
Sucede que las camas están cubiertas por sábanas tramadas, y la leyenda cuenta que cuando las mujeres de Ottilia envuelven a sus amantes con ellas, sus cuerpos se transforman en simples dibujos impresos en las telas.
publicado en http://quimicamenteimpuro.blogspot.com/
Me siento ottiliana...
ResponderBorrarHermoso y simpático cuento, María.
ResponderBorrarMe gustó!
He decidido agregarte a mis blog preferidos después de leer un buen puñado de entradas. Me ha encantado tu blog, la armonía que se respira en él. La quietud de las palabras pausadas.
ResponderBorrarUff, en ese caso prefiero seguir insomne. Llegué aquí a partir de un comentario tuyo en "Ráfagas, parpadeos" y este texto me gustó. Me daré una vuelta a ver qué encuentro.
ResponderBorrarUn saludo.
Gracias a todos por la lectura y sus palabras.
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