Para los que gustan de cuentos más largos y placeres más prolongados, aquí va el comienzo de mi cuento:
EL SABOR DE LA RUTINA
El sol de la mañana despertaba destellos en los ventanales del edificio de la empresa. Maximiliano se detuvo un momento para secarse la transpiración y aferrándose a la mochila que llevaba colgada del hombro, avanzó hacia la entrada.
Adentro nadie le prestó atención.
Ya había llegado la mayoría del personal y todos circulaban de prisa por pasillos y oficinas. Pero a él lo esperaba un trabajo aburrido, mecánico, donde el momento más feliz era aquél en que ponía un pie —siempre el derecho, por la buena suerte— en la puerta de calle y se alejaba de allí.
Era el último día del año, un año tan terrible y desagradable como todos los anteriores.
Un par de lágrimas resbalaron por su rostro rollizo, mientras recordaba. Recordó sus años de estudiante, la muerte de su madre, la enfermedad del padre, su depresión. Terminó abandonando la carrera de medicina y buscó trabajo. Cuando entró a la empresa, el lugar le había parecido una tabla de salvación, casi un hogar. Pero su frustración lo traicionó y comenzó a engordar. Al principio no le dio importancia, hasta que escuchó, por primera vez, nítidas risitas a sus espaldas.
Después siguieron los insultos, el acoso y las burlas descaradas.
Pero che... Con semejante cuerpo te pesan dos bandejas con carpetas, que no se diga...
¡Y ese café para cuándo! Movete gordo.
Podían ir a buscar el café a las máquinas, pero los muy cómodos preferían molestarlo a él.
Había intentado buscar otro trabajo, pero con una carrera a medias, le resultó imposible. Además, pequeño detalle, ya no era tan joven y no tenía “buena presencia”. Comenzó a vivir mascullando su bronca
Maximiliano sentía que en la empresa se había convertido en el payaso fácil de esos infelices. Por eso, mientras rumiaba deseos de venganza, se resarcía haciendo pequeñas maldades...
El texto completo puede leerse en la revista NM - http://www.revistanm.com.ar/
EL SABOR DE LA RUTINA
El sol de la mañana despertaba destellos en los ventanales del edificio de la empresa. Maximiliano se detuvo un momento para secarse la transpiración y aferrándose a la mochila que llevaba colgada del hombro, avanzó hacia la entrada.
Adentro nadie le prestó atención.
Ya había llegado la mayoría del personal y todos circulaban de prisa por pasillos y oficinas. Pero a él lo esperaba un trabajo aburrido, mecánico, donde el momento más feliz era aquél en que ponía un pie —siempre el derecho, por la buena suerte— en la puerta de calle y se alejaba de allí.
Era el último día del año, un año tan terrible y desagradable como todos los anteriores.
Un par de lágrimas resbalaron por su rostro rollizo, mientras recordaba. Recordó sus años de estudiante, la muerte de su madre, la enfermedad del padre, su depresión. Terminó abandonando la carrera de medicina y buscó trabajo. Cuando entró a la empresa, el lugar le había parecido una tabla de salvación, casi un hogar. Pero su frustración lo traicionó y comenzó a engordar. Al principio no le dio importancia, hasta que escuchó, por primera vez, nítidas risitas a sus espaldas.
Después siguieron los insultos, el acoso y las burlas descaradas.
Pero che... Con semejante cuerpo te pesan dos bandejas con carpetas, que no se diga...
¡Y ese café para cuándo! Movete gordo.
Podían ir a buscar el café a las máquinas, pero los muy cómodos preferían molestarlo a él.
Había intentado buscar otro trabajo, pero con una carrera a medias, le resultó imposible. Además, pequeño detalle, ya no era tan joven y no tenía “buena presencia”. Comenzó a vivir mascullando su bronca
Maximiliano sentía que en la empresa se había convertido en el payaso fácil de esos infelices. Por eso, mientras rumiaba deseos de venganza, se resarcía haciendo pequeñas maldades...
El texto completo puede leerse en la revista NM - http://www.revistanm.com.ar/
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