Rondas de sueños ajenos trepan
por las telarañas de sus pensamientos y la atormentan con visiones de gigantes
desgarbados acechándola con sus ojos perversos.
Los monstruos dejan
escapar de sus gargantas sonidos sibilantes,
gemidos guturales. Ríen, beben, bailan y pelean en
torno de una eterna hoguera en la que crepitan los leños que ellos rescatan
para alimentar sus candelas.
Ella desea huir. Si sólo pudiera
abrir los ojos lo lograría, pero los extraños no la dejan y la obligan a seguir
soñándolos. No es nada personal, es sólo que ellos no quieren disolverse en ese angustiante vacío que deja el final de las pesadillas en el infeliz durmiente.
Por eso, los gigantes danzan y seguirán haciéndolo hasta que el sueño de la mujer se convierta en otro sueño más profundo del que ya no podrá despertar.
Por eso, los gigantes danzan y seguirán haciéndolo hasta que el sueño de la mujer se convierta en otro sueño más profundo del que ya no podrá despertar.
Nunca más.
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