viernes, 5 de octubre de 2012

Los fantasmas





“No creo en los fantasmas”, murmuró, mientras contemplaba el luminiscente reflejo del monitor. Sus dedos se negaban a moverse sobre el teclado, su mente estaba en blanco. El escritor se sentía muy frustrado: el escepticismo le impedía, siquiera, imaginarse una aparición fantasmal y mucho menos una historia de terror. Pero le habían pedido que escribiera un relato sobrenatural; iba a salir publicado en una revista  muy popular, y eso le convenía: era publicidad.

Un ruido proveniente de la cocina interrumpió el curso de sus pensamientos, mejor dicho, el ruido lo distrajo de ese dejar de pensar en el que se encontraba inmerso. Se levantó con desgano y arrastró los pies hasta la cocina: no encontró nada, todo estaba en orden. Pero el ruido había venido de allí. Comenzó una inútil búsqueda, que lo único que logró fue incrementar su mal humor. Regresó a su escritorio y escribió el título del relato: “No creo en los fantasmas”, y se detuvo. Buscando inspiración, intentó enfocarse en aquel sonido sin dueño ni destinatario, pero que tenía que tener alguna explicación lógica. Tal vez algo se había caído en el departamento que estaba en el piso superior al suyo, o tal vez en el piso de abajo. En un edificio de departamentos nunca se puede saber de dónde vienen los sonidos.

En ese momento el ruido se repitió por segunda vez; el escritor se precipitó hacia la cocina. En su carrera, tiró al suelo a una de las sillas del comedor y terminó golpeándose la cara contra la puerta de la cocina. Un momento: él no la había dejado cerrada. Miró detrás de la puerta: nada.  Miró arriba, abajo, a derecha e izquierda: nada de nada. Todo se veía en orden.

Fastidiado, volvió a sentarse ante su computadora y leyó, una vez más, el título de ese cuento aún no nacido: “No creo en los fantasmas”. En la cocina se escuchó el eco de un quejido, pero el escritor esta vez no se movió de su asiento. Se limitó a borrar las tres primeras palabras y luego comenzó a escribir.