Estaba en el colectivo. Amanecía y el puerto estaba cerca, como un cementerio. Me encontraba profundamente deprimido. En el asiento junto al mío, había un sitar. Parada en el centro del pasillo había un hada de hielo. Usted dirá que estaba soñando. Pero a los sueños, aunque parezca mentira, yo los sé diferenciar de la realidad. Mi corazón comenzó a correr. Mi mano buscó a la sitar y la acaricié, como se acaricia a una vieja amiga. Mis dedos recorrieron sus cuerdas y la música fluyó. “Veo una puerta roja y quiero pintarla de negro. No más colores, quiero que todo se vuelva negro…” La canción, mi tristeza, mi vieja depresión y el hada mutando delante de mis ojos. Ahora es una criatura de la noche que avanza hacia mí, mientras me contempla con sus ojos muy negros. Sus labios rojos se abren y el último sonido que escucho es el de mi propia voz clamando en la oscuridad.
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