jueves, 23 de diciembre de 2010

Microrrelato de un microrrelato



Los cuentos breves nacen al amanecer. Están hechos de jirones de sueños y pensamientos extraviados. Son como breves telarañas que el sol de la mañana diluye y que tenemos que capturar para que no se escapen. Y crecen, cambian, se modelan y se transforman en bellas criaturas o en figuras siniestras.
Hoy atrapé uno, que se convirtió en mariposa. Una mariposa que me hace cosquillas en las manos. Y de mis manos vuela al teclado y se instala, muy oronda, en un jardín soleado.


publicado en el blog http://quimicamenteimpuro.blogspot.com/

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Lobo



El lobo, disfrazado de abuela, llamó a Caperucita desde la cama. La niña avanzó con una sonrisa; en la canasta llevaba frutas y golosinas, pero en el fondo, oculto, guardaba un cuchillo. La descarada bestia no lo sabía, como tampoco que la abuela ya hacía un mes que se había muerto.



Cuento publicado en http://quimicamenteimpuro.blogspot.com/

viernes, 19 de noviembre de 2010

Ráfagas de microcuentos


(foto del cuadro El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli)

Anudo mis pensamientos, para no desnudarte con la mirada.


Anudando los recuerdos, con la punta de un pañuelo, conseguí olvidar su nombre

Mar Anudé la blusa, anudé la pollera y, los pies descalzos, avancé por la arena húmeda. Recibí el golpe de las olas, el mar desanudó los nudos y el agua cubrió mi cuerpo.

Enredos
Anudo mis dedos, desanudando pensamientos.



Estas pequeñas ráfagas, que se me escaparon con el correr de los dedos sobre el teclado de la computadora, fueron seleccionadas y publicadas, junto con la de muchos de los colaboradores de los blogs del grupo Heliconia, por Giselle Aronson, para el blog Ráfagas, Parpadeos. Pueden ver la publicación original y, de paso, disfrutar de la lectura de las demás ráfagas en:
http://rafagasparpadeos.blogspot.com/2010/11/rafagas-que-corren-entre-nudos-y.html

jueves, 7 de octubre de 2010

GRAGEAS 2



Deseo compartir una gran noticia:

En el pasado mes de Septiembre, acaba de ser editada Grageas 2, una antología compilada por el escritor Sergio Gaut vel Hartman para Ediciones desde la gente, del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. Contiene más de cien cuentos breves de autores hispanoamericanos. Tuve la gran alegría de que mi ficción breve "Ottilia" haya sido seleccionada para integrar la antología. En la introducción, Sergio Gaut vel Hartman cita palabras de José Ingenieros, cuando decía que: "En la utopía de ayer se incubó la realidad de hoy, así como en la utopía de mañana palpitarán nuevas realidades", para señalar luego que el propósito del libro está contenido en sencillo y agudo pensamiento. También destaca que Grageas 2 "ha sido pensada como una apuesta al reencuentro, como la cabal expresión de lo que logramos construir en doscientos años de historia, un tiempo del que somos herederos y consecuencia".


Pueden encontrar más información, o conseguir un ejemplar entrando a la página de IMFC (http://www.imfc.coop/modules/home/)

sábado, 11 de septiembre de 2010

El Guardián


Era un suburbio tranquilo, habitado por vecinos pacíficos.En ese barrio nunca se sentían insultos ni improperios. Además, nadie tenía perros y los gatos eran criaturas mansas que se deslizaban quedamente por las noches.
David disfrutaba tanto de su trabajo de guardián, que la sola idea de alejarse de allí, el día que se retirara, lo aterrorizaba más que la de la propia muerte.
Por eso, metódicamente, durante veintinueve años, ahorró centavo tras centavo hasta que, por fin, se pudo comprar una pequeña parcela donde edificó su vivienda.
Luego de decorar el nuevo hogar, organizó una fiesta y se despidió de sus amigos.
Después de su suicidio, los cuidadores del cementerio juran que, en las noches calmas, se escucha el tintineo de las llaves de David durante su rutinaria ronda nocturna.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La niebla


El tren avanza con un suave traqueteo a través de la ciudad cubierta por una densa niebla. Tras una ventanilla, Martín ve pasar el paisaje suburbano como una sucesión de sombras borrosas. Por fin, desciende en la última estación. Bajo el opaco brillo de los focos, los árboles de la plaza parecen sombras hostiles. Escapando de esa bruma que lo impregna todo, jadeante, agitado, entra a la casa. Prende todas las luces y obsesivamente revisa puertas y ventanas. Pero, en la última habitación, por el resquicio de una persiana entreabierta, comienza a filtrarse un hálito de niebla, que mientras toma forma, crece, gime y acecha a su nueva víctima.



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miércoles, 28 de julio de 2010

Medidas de urgencia




Emergieron por la alcantarilla: cuando la primera asomó su cabeza, nadie la notó. Se deslizó por el asfalto y en un instante volvió a desaparecer.
La segunda era gorda y emitía tenues chillidos: la escuchó Francisca, la esposa del panadero. La mujer, que barría la vereda, al advertir aquellos ojos oscuros fijos en ella, gritó. El suyo fue un alarido interminable, que hizo salir de los negocios del barrio a casi todos los vecinos.
—Era una… enorme… allí… Ahora no está… me mostraba los dientes…
Francisca temblaba. Su marido, para calmarla, le dio dos sopapos y volvió a entrar al negocio. Allí se quedó ella, hipando y jadeante, ante el asombro de los presentes, que comenzaron a acosarla para enterarse de lo que había pasado. Pero Francisca no podía articular palabra alguna.
Pero un instante después, el panadero apareció de nuevo en la puerta del negocio. Desesperado, con los ojos desorbitados, bramó:
—Una rata ¡Mierda! ¡Qué hija de puta! Se metió en la panadería, la condenada.
Poco a poco, las ratas comenzaron a apoderarse del pueblo. Primero devastaron el supermercado, haciendo destrozos a diestra y siniestra. Luego, aparecieron en el banco, en la iglesia y en todos los comercios del centro. La gente comenzó a atrincherarse en sus casas y a comprar todo tipo de trampas y pesticidas. Indemnes, los roedores avanzaban como una maza ondulante por calles y paseos.
La mansión del gobernador había sido edificada en la parte más alta del pueblo. El sistema de seguridad de la enorme casona era perfecto. Casi perfecto. Una tarde, ya finalizada la tarea cotidiana, al salir de su escritorio el buen hombre encontró a la mucama subida arriba de la mesa, dando saltitos y gritando. Después de disfrutar el espectáculo de las piernas bien torneadas de la muchacha, el gobernador comprendió que se tornaba ineludible tomar medidas urgentes.
Aplastó al roedor con un pisapapeles de mármol que había sobre la mesa y luego de consolar a la mucama, que se arrojó en sus brazos, levantó el teléfono e ipso facto convocó a una reunión inmediata del Consejo Vecinal.
Todos acudieron al llamado, porque la locura que los asolaba no distinguía clases sociales. Allí, y con la sangre del roedor masacrado aún húmeda en la cerámica del piso, decidieron en pleno que lo prioritario era conseguir un exterminador, para deshacerse de esa peste.
A primera hora del día siguiente, salió publicado, en el diario del pueblo, un aviso llamando a licitación para contratar los servicios de una empresa exterminadora de plagas. Se presentó el dueño del único comercio de ese ramo que existía en el pueblo y los de las empresas de la competencia residentes en las localidades vecinas. Todos pasaron un presupuesto por el trabajo.
Con las propuestas en mano, el Consejo Vecinal se volvió a reunir, pero la discusión se volvió acalorada. Los honorarios de los expertos eran elevados. Todos habían descrito minuciosamente los riesgos que podían sufrir en el cumplimiento de la tarea: mordeduras, infecciones, gangrenas, alergias. Pero las arcas de la Gobernación estaban casi vacías y ninguno de los presentes ofreció los donativos con los que contaba el Gobernador.
—Piden mucho, hay que negociar.
—Decretemos un tributo de emergencia —sugirió alguno.
—¡Un tributo! La gente nos va a querer linchar.
—¡Qué va! Están muy asustados. Con una buena campaña publicitaria, difundida por la radio y la televisión local, los convenceremos para que colaboren.
—Pero… ¿y la demora? No vamos a juntar ese dinero de un día para otro.
—Solicitaremos un préstamo al banco, hasta que se recauden los fondos —sentenció el gobernador, mientras se sacaba un zapato e intentaba pegarle a una rata que se acababa de subir a la mesa—. El otro día, el gerente estaba desesperado con los destrozos que hicieron en el banco. Es la única solución que nos queda.
—¡Estos bichos son un asco! —exclamó repentinamente la bibliotecaria, que acababa de pisarle la cola a uno de ellos.
—Amigos, no nos demoremos más, o el pueblo se volverá inhabitable. Si se juntan más fondos de los que necesitamos, los guardaremos para alguna buena causa.
Cuando se difundió la noticia se escucharon voces airadas, protestas y hasta aparecieron panfletos pidiendo la renuncia del gobernador, pero la gente comenzó a aportar el dinero: querían salvarse y salvar sus hogares de la plaga.
Todo iba viento en popa: el banco les otorgó el préstamo, y la licitación, por supuesto, la ganó el exterminador menos costoso. El Gobernador se restregaba las manos, siempre y cuando las tuviera libres, porque dos por tres acostumbraba a entretenerse ayudando a bajar de la mesa a la mucama.
Por fin llegó el ansiado momento. El pesticida envolvió al pueblo en una fétida nube gris. Nadie trabajó, todos se escondieron en sus casas. Igual hubo quien sufrió alergias y molestias por culpa del denso veneno. Cuando se disipó el humo, se pudo contemplar a las ratas, que paseaban tranquilamente por las calles.
Hasta el día en que el cocinero del mejor restaurante del pueblo logró atrapar a un par de esas molestas alimañas y descargó su furia haciendo un guiso con ellas. Para su sorpresa, descubrió que la carne, bien adobada, sabía mejor y era más tierna y gustosa que la de los animales de corral, alimentados con comida balanceada.
Tímidamente algunos, otros, movidos por la furia, comenzaron a hacer lo mismo. Así fue como la reproducción de las ratas empezó a mermar y poco a poco, los habitantes del pueblo se olvidaron de pagar el bendito tributo.
El gobernador, agotado por la tarea abrumadora que lo había tenido enclaustrado en su oficina durante ese largo mes, renunció a su cargo, hizo las valijas y se marchó del pueblo. Quienes lo vieron alejarse en su auto rebalsando de valijas, dicen que lo acompañaba la mucama.


publicado en http://brevesnotanbreves.blogspot.com/

martes, 1 de junio de 2010

Mi amor en Emzú




Yo vivía pleno, sin necesitar a nadie más, hasta el día que el humano llegó a Emzú. Cuando me vio, sus curiosos ojos, color cielo, se abrieron tan enormes como flores de iv.
Como tributo a su llegada, le ofrecí algunos frutos, pero él huyó. Ese día no lo ví más. La siguiente vez, al descubrirme, emitió sonidos que no pude traducir. Me retiré y él quedó librado a su tarea.
Me dediqué a espiarlo. Confieso que le tenía lástima: cuatro extremidades son muy pocas para cualquier criatura. Con las dos inferiores apenas se lograba mover, las superiores no le alcanzaban. Pero era ingenioso, se ayudaba con pinzas. Recogía muestras de rocas de ebonita y las guardaba en un bolsillo que colgaba de su cubierta exterior.
Cuando decidí dejarlo solo, él comenzó a perseguirme. Al principio, pensé que quería tomar una muestra de mi cuerpo, igual que hacía con la ebonita, pero si me cortan una extremidad tardan varios ciclos hasta que me crece otra. Ahora era yo quien lo rehuía. Pero el día que se acercó a mí agitando una de sus pinzas, comprendí. La gran pinza rugió y una ráfaga de fuego acarició mis escamas.
Fuego, ¡qué placer!, hacía tanto tiempo ya…
Era obvio: deseaba hacerme el amor. Excitado, me acerqué. Empezó a temblar. Temblaba tanto que tuve que prenderle fuego. Aullaba de placer, saltaba. Se revolcó en el suelo. Entonces lo abracé y ardimos los dos. Mis escamas se cayeron y apareció una nueva piel, en cambio cuando él perdió, en jirones, su corteza, sólo quedó una piel roja, hinchada. Había muerto.
Por eso viajé hasta Azor. Ya no puedo existir solo, necesito una mascota, eso sí, que no sea un humano, son muy difíciles de manejar.

publicado en:http://brevesnotanbreves.blogspot.com/

jueves, 8 de abril de 2010

El sabor de la rutina


Para los que gustan de cuentos más largos y placeres más prolongados, aquí va el comienzo de mi cuento:

EL SABOR DE LA RUTINA


El sol de la mañana despertaba destellos en los ventanales del edificio de la empresa. Maximiliano se detuvo un momento para secarse la transpiración y aferrándose a la mochila que llevaba colgada del hombro, avanzó hacia la entrada.
Adentro nadie le prestó atención.
Ya había llegado la mayoría del personal y todos circulaban de prisa por pasillos y oficinas. Pero a él lo esperaba un trabajo aburrido, mecánico, donde el momento más feliz era aquél en que ponía un pie —siempre el derecho, por la buena suerte— en la puerta de calle y se alejaba de allí.
Era el último día del año, un año tan terrible y desagradable como todos los anteriores.
Un par de lágrimas resbalaron por su rostro rollizo, mientras recordaba. Recordó sus años de estudiante, la muerte de su madre, la enfermedad del padre, su depresión. Terminó abandonando la carrera de medicina y buscó trabajo. Cuando entró a la empresa, el lugar le había parecido una tabla de salvación, casi un hogar. Pero su frustración lo traicionó y comenzó a engordar. Al principio no le dio importancia, hasta que escuchó, por primera vez, nítidas risitas a sus espaldas.
Después siguieron los insultos, el acoso y las burlas descaradas.
Pero che... Con semejante cuerpo te pesan dos bandejas con carpetas, que no se diga...
¡Y ese café para cuándo! Movete gordo.
Podían ir a buscar el café a las máquinas, pero los muy cómodos preferían molestarlo a él.
Había intentado buscar otro trabajo, pero con una carrera a medias, le resultó imposible. Además, pequeño detalle, ya no era tan joven y no tenía “buena presencia”. Comenzó a vivir mascullando su bronca
Maximiliano sentía que en la empresa se había convertido en el payaso fácil de esos infelices. Por eso, mientras rumiaba deseos de venganza, se resarcía haciendo pequeñas maldades...

El texto completo puede leerse en la revista NM - http://www.revistanm.com.ar/

viernes, 19 de marzo de 2010

Un gran amor




Rosa era tan fea como apasionada y celosa. Simón ya no la amaba. Quiso decírselo, pero ella no lo dejó ni hablar.
Dispuesto a deshacerse de la mujer, intentó humillarla. Rosa le dijo que era patético, pero no lo abandonó.
Luego, comenzó a maltratarla y ella lo amó aún más.
Perseguido, acosado, buscó un garrote y la esperó en la oscuridad de un callejón. La aporreó con saña.
Ahora sus noches se han convertido en interminables pesadillas. Ya no puede dormir. Es muy difícil ahuyentar a los fantasmas.


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lunes, 22 de febrero de 2010

El galán




Después de un breve matrimonio, que a él le pareció que había durado milenios, logró separarse de su mujer. Fue un divorcio muy duro: debió darle varias trompadas y puntapiés en los tobillos, para que su esposa entendiera que el amor entre ellos había terminado.
De nuevo soltero, se dispuso a disfrutar su bien ganada independencia. Trasnochadas, ir de copas con los amigos y ver todo el fútbol que se le ocurriera a la hora que se le daba la gana fueron su primer y disfrutado logro. Después, salió a la caza de damiselas, pero descubrió que las de veinte ya le llamaban abuelo.
Cuando su departamento ya se parecía más a una covacha que a una vivienda decente, decidió buscar a una señorita casadera, que supiera hacer todas las tareas domésticas y fuera una excelente amante. Logró encontrar a algunas que llenaban esos requisitos, pero tenían hijos ruidosos o directamente lo miraban con lástima.
Pero fue cuando resolvió bajar el nivel de exigencia, que encontró a la mujer perfecta. La ve de vez en cuando y a escondidas, porque el nuevo marido de su antigua esposa es muy celoso.
(fotografía: escena de la película "La dolce vita")

domingo, 7 de febrero de 2010

Hambruna







No fue nuestra culpa. Estábamos famélicos. Por eso, comenzamos a devorar todo lo que encontrábamos a nuestro paso. Nuestros bocados favoritos eran los viejos, los niños y todo aquel que fuera poco ágil para buscar un rápido refugio. Ahítos, complacidos, recorríamos las calles como grandes señores, exhibiendo aquellos merecidos trofeos: brazos, piernas y alguno que otro miembro pequeño de olor excitante. Los humanos son ingeniosos, pronto recurrieron a las prótesis. Nos llevamos más de un chasco con las piernas ortopédicas. Afortunadamente, algunos lucían su flamante pata de palo. Es bueno afilar los dientes en la madera, mientras uno escucha los chillidos del portador de semejante preciosura. La única forma de callarlo era arrancarle la otra pierna, o, mejor aún, la cabeza. Como lo bueno dura poco, nos quedamos sin provisiones.

Pero… no me mires con esa cara, ¿no tendrás algo para darme de comer?


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domingo, 31 de enero de 2010

Imaginaciones


Imaginar sueños
hechos de luces incandescentes,
de días pasados en rutinas precisas,
o que surgen cuando nos
movemos sin prisa.

Imaginar distancias,
ecos y sonidos,
figuras y
gestos repetidos.

Imaginar regresos
de lugares jamás visitados,
ilusiones, esperanzas,
planes nunca realizados.

Imaginar siempre,
modelarlo en palabras,
construir espacios,
y abrir caminos,
relantado destinos.

Imaginar resúmenes
de nuestros pensamientos
expresarlos, traducirlos,
convertirlos en cuentos

publicado en el blog:
http://poemiafuego.blogspot.com/

martes, 26 de enero de 2010

Rosa, rosa...



Quieto, clavado, crucificado en esa cama blanca, mirando al techo, el hombre busca, desesperadamente, escapar de ese cuerpo que se niega a seguir alojándolo.
Un enjambre de médicos y asistentes transcurren las mañanas. Ese día, como el anterior y el anterior, y muchos más atrás.
Alguna vez quiso vivir. Quiso vivir y seguir haciéndolo, pero su cuerpo se empeñaba en recordarle que había comenzado a suicidarse hacía mucho tiempo ya.
La mujer, al costado de su cama, reza y llora, le suplica que no se vaya, que no la deje.
Las ventanas cerradas impiden que entren otras voces que lo reclaman, como quien llama a un padre, a un maestro, a un dios. Pero él sabe que están ahí, como siempre, aguardando por él, su voz, su sonrisa, su mirada.
Desearía estar en el lugar de cualquiera de ellos y ver el cielo, parado sobre sus piernas, respirando el aire, sorbiendo el viento. Se ahoga, y ¡maldita sea! ese enjambre de uniformes blancos se agita una vez más, y él sigue atado a esa cama, clavado, crucificado.
Cierra los ojos, murmurando palabras que ya no siente, pero el eco de una canción le obliga a abrirlos. Nunca pidas que mi amor se muera… Allá arriba, en el techo de la habitación, descubre una grieta por la que se filtra el frío. Un frío extraño, o quizás ya no tanto, que lo atrapa, lo envuelve, lo calma. Liviano como el aire, así se siente. Aire liviano y helado, eso es ahora, eso y música. Comenzar de nuevo sin ahogarse; sonríe.
Abajo, en la cama, hay sólo un cuerpo. Afuera, en la calle, una ráfaga fría repite la promesa: moriré yo por ti…