martes, 25 de diciembre de 2012

La Luz Mala – Alejandro Bentivoglio & María del Pilar Jorge






—Le  digo que es la luz mala —dijo Zenón.
—Qué no —replicó don Zoilo.
Los dos paisanos miraban hacia el horizonte, iluminados apenas por la fogata que habían encendido para pasar la noche. A lo lejos, una cierta fosforescencia se dejaba ver.
—Es la luz de la luna, o huesos de animales —dijo Zoilo.
—Que no, es la luz mala, le digo.
—La pucha, si será porfiado —rezongó Zoilo, mientras sacaba de su bolsa el paquete de tabaco y con sus dedos mugrientos armaba un cigarrillo.
Zoilo permaneció un rato largo fumando pensativo. Cuando volvió a mirar a su compadre, el Zenón ya estaba dormido; —Gaucho marrullero —dijo, para sí—, menos mal que tenía miedo —. Acomodó el poncho y se tiró en el suelo, junto al otro hombre.
Por eso, cuando por fin los alcanzó, ninguno de los dos sintió la helada caricia de la Luz Mala.

(Escrito a cuatro manos con Alejandro Bentivoglio.  Pueden leer sus cuentos en el blog: http://memoriasdeldakota.blogspot.com.ar/ )

Cuento publicado en el blog: http://quimicamenteimpuro.blogspot.com.ar/

domingo, 9 de diciembre de 2012

Querer

 



Quiero cerrar la puerta,

detrás de los recuerdos oscuros,            

Quiero descubrir, una vez más,

 la delicia

de la tibia

caricia del sol,

Quiero sentir el lícito roce

del viento,

Quiero beber  breves gotas

de  la tenue

llovizna y

percibir el olor

de los jazmines.

Quiero olvidar el dolor,

Y ser.

Simplemente ser.


viernes, 5 de octubre de 2012

Los fantasmas





“No creo en los fantasmas”, murmuró, mientras contemplaba el luminiscente reflejo del monitor. Sus dedos se negaban a moverse sobre el teclado, su mente estaba en blanco. El escritor se sentía muy frustrado: el escepticismo le impedía, siquiera, imaginarse una aparición fantasmal y mucho menos una historia de terror. Pero le habían pedido que escribiera un relato sobrenatural; iba a salir publicado en una revista  muy popular, y eso le convenía: era publicidad.

Un ruido proveniente de la cocina interrumpió el curso de sus pensamientos, mejor dicho, el ruido lo distrajo de ese dejar de pensar en el que se encontraba inmerso. Se levantó con desgano y arrastró los pies hasta la cocina: no encontró nada, todo estaba en orden. Pero el ruido había venido de allí. Comenzó una inútil búsqueda, que lo único que logró fue incrementar su mal humor. Regresó a su escritorio y escribió el título del relato: “No creo en los fantasmas”, y se detuvo. Buscando inspiración, intentó enfocarse en aquel sonido sin dueño ni destinatario, pero que tenía que tener alguna explicación lógica. Tal vez algo se había caído en el departamento que estaba en el piso superior al suyo, o tal vez en el piso de abajo. En un edificio de departamentos nunca se puede saber de dónde vienen los sonidos.

En ese momento el ruido se repitió por segunda vez; el escritor se precipitó hacia la cocina. En su carrera, tiró al suelo a una de las sillas del comedor y terminó golpeándose la cara contra la puerta de la cocina. Un momento: él no la había dejado cerrada. Miró detrás de la puerta: nada.  Miró arriba, abajo, a derecha e izquierda: nada de nada. Todo se veía en orden.

Fastidiado, volvió a sentarse ante su computadora y leyó, una vez más, el título de ese cuento aún no nacido: “No creo en los fantasmas”. En la cocina se escuchó el eco de un quejido, pero el escritor esta vez no se movió de su asiento. Se limitó a borrar las tres primeras palabras y luego comenzó a escribir. 

martes, 4 de septiembre de 2012

Microcuentos


Nostalgia
Pensarlo me despierta una ternura opaca.

Nostalgia II
Hojas amarillas en tardes de otoño.

Intangibles 
Las realidades virtuales permanecen condenadas a la efímera existencia de los sueños.


Estos microcuentos, tan breves como ráfagas, fueron seleccionados y publicados, junto con los de otros colaboradores de los blogs del grupo Heliconia, en el blog Ráfagas, Parpadeos.
Pueden pasar y, de paso, disfrutar de la lectura de las demás ráfagas, en: http://rafagasparpadeos.blogspot.com.ar/

jueves, 2 de agosto de 2012

Claro de luna



Le molestaba la vista de tanto trabajar en la computadora. Diego miró el reloj de pared y se sobresaltó. En los Laboratorios Talar se habían apagado todos los sonidos; una vez más, era el último en marcharse. Acercándose al ventanal, observó la calle: era de noche y una densa capa de nubes oscurecía aún más el cielo. Apagó el ordenador, acomodó las carpetas y salió. Sus pasos resonaron en el pasillo. Ya llegaba a los ascensores, cuando escuchó el sonido del teléfono; regresó corriendo y levantó el auricular.
—Hola, Beatty, ¿terminó el informe?
¡Su jefe! ¡Qué molesto, por Dios!
—Si, si, ya lo completé. Me iba a mi casa, doctor Morales.
—Bien… bien… Preciso que me haga un pequeño favor.
Diego se mordió los labios para no decirle una grosería, pero no pudo evitar resoplar. Después de todo, también él tenía derecho a tener una vida: necesitaba desesperadamente mezclarse entre la gente común, sentir el sudor de los cuerpos ajenos, percibir los nauseabundos olores de las calles del bajo, ésas donde siempre se podía disfrutar de un encuentro fácil y sin compromisos. Necesitaba sentirse vivo y humano, y alejado del inacabable control de los datos y de la contabilidad del laboratorio. Pero el doctor Bernardo Morales siguió hablando.
—Vaya hasta el laboratorio, por favor, sobre el escritorio me olvidé un paquete: son remedios para mi hija Delia. Preciso que me los alcance. Es urgente.
¿Delia? A Diego le brillaron los ojos. Después de la muerte de la esposa del doctor Morales, el hombre se había enclaustrado en su casa, con esa hija de la que siempre hablaba, pero nadie había visto jamás. Lo curioso era que en su escritorio, Morales no tenía ninguna fotografía de la joven. Teniendo en cuenta que Morales era un hombre muy buen mozo, todo el personal masculino de Laboratorios Talar hacía apuestas sobre cómo era ella.
—Espere un momento, doctor. Me fijo.
Diego dejó el teléfono descolgado y corrió hasta la oficina de su jefe. Encontró el paquete sobre el escritorio. Se sintió tentado de verificar su contenido, pero la voz Morales le había contagiado una angustia incipiente que lo incitó a cruzar el pasillo a toda carrera. Levantó nuevamente el auricular.
—Si, ¡ya lo tengo!
—Gracias, muchacho, muchas gracias. Lo espero en mi casa.
Diego enfiló hacia los ascensores y, después de saludar al encargado de la vigilancia del edificio, salió a la calle. Desde alguna ventana entreabierta lo asaltó un inesperado olor a guiso. Recorrió las cuatro cuadras que lo separaban de la casa de Morales, impregnado por ese aroma torturante: el estómago le crujía y la boca se le llenó de saliva. Pensó que antes de regresar a su departamento, iba a cenar en el primer restaurante decente que encontrara. Consolándose con esa idea, apresuró el paso.


La casa exhibía un impecable frente gris y el portón de vidrio y hierro característico de los edificios antiguos. Diego tocó el timbre. Adentro se prendió una luz y, casi instantáneamente, Bernardo Morales le abrió la puerta.
—Pase, muchacho, pase. Se está levantando viento, es probable que pronto tengamos tormenta.
—Si… y yo estoy apurado, doctor.
—Pero no se me escape así, le hablé mucho de usted a Delia y mi hija desea conocerlo. Además, ya que se molestó hasta aquí, lo invito a tomar un trago.
Diego Beatty entró a la casona y la pesada puerta se cerró tras él. Morales lo condujo hasta la sala y lo invitó a sentarse. Mientras el bioquímico se alejaba con los remedios, Beatty se apoltronó en un sillón de cuero negro. Con la mirada, recorrió los cuadros con los diplomas que Morales había colgado en una de las paredes: congresos, jornadas, conferencias, estudios de post grado, toda la vida del bioquímico se podía ver en esa pared. Los leños crepitaban en el hogar y su agradable calor le produjo una leve modorra. Cuando la espera ya se le hacía demasiado prolongada, Morales regresó: en una bandeja traía una botella de Fernet, dos copas y los típicos ingredientes: maníes, papas fritas y un poco de queso.
—¿Su hija?
—Mejor, mejor, sírvase Diego, después lo llevo a conocerla.
Diego se precipitó sobre los cuadritos de queso y los paladeó con el placer de un experto. Las papas fritas crujieron en su boca, los maníes comenzaron a desaparecer. Su anfitrión le llenó la copia varias veces. Después de dejar la copa vacía, por quinta vez, sobre la mesa, Diego advirtió que Morales no comía, sino que se dedicaba a observarlo. Una sonrisa le iluminaba el semblante.
A Diego lo recorrió un escozor de vergüenza, no era cuestión de parecer un muerto de hambre.
—Yo… perdón… creo que ya es tarde… ¿Podría saludar a su hija?
—¡Por supuesto, muchacho!, pero, ¿no quiere comer más?
—No, no, gracias. Muy bueno todo.
—Venga, es por acá.
Salieron a un pasillo cerrado. Después de ignorar varias puertas, Morales abrió la última. Los recibió una suave penumbra. Varias luces le daban al ambiente un tenue color naranja. Una de las paredes estaba decorada con un vitraux de dibujos exóticos: se encontraban en un invernadero. Daniel miró a su alrededor, buscando a Delia. Se la había imaginado maravillosamente hermosa, tanto como para que su padre la ocultara, pero allí no estaba esa mujer soñada. Una enorme planta ocupaba la mayor parte de la habitación. Mientras contemplaba absorto los extraños cucuruchos vegetales que asomaban del macetón, Diego preguntó, fascinado: —¿A qué especie pertenece? ¡Es gigante!
—¿No es hermosa?
—¿Y Delia?
—Ella es Delia —replicó Morales, con el tono resentido de aquél a quien se le pregunta lo obvio.
A Diego se le nubló la vista y lo asaltó un incipiente mareo: no sabía si era el calor, la bebida que acababa de tomar, la sorpresa o una combinación de las tres cosas.
El viejo continuaba hablando: —…quise investigar el nivel de desarrollo de estas plantas. Gracias al tratamiento al que la he sometido ha crecido mucho. Es muy afectuosa, lo único con lo que tengo que ser prudente es con su alimento.
—¡Ah! ¡Qué interesante! —murmuró pretendiendo sentir admiración. En realidad estaba espantado— Bueno… hola, Delia. Yo me voy, doctor Morales.
—Pero Diego, no seas tímido, muchacho, acercate un poco más.
Diego quería escaparse de allí, ir a su departamento, darse una buena ducha y olvidar al rostro exaltado de Morales y a esa monstruosa planta. Pero el otro hombre lo empujó hacia adelante. Muy a su pesar, Diego avanzó aún más hacia esa húmeda oscuridad, en la que latían múltiples flores color naranja. Entonces sucedió: la planta pareció cobrar vida. Sus generosas hojas empezaron a moverse y las flores se abrieron una a una, palpitantes, hasta convertirse en infinitas bocas que empezaron a emitir un tenue sonido, que paulatinamente comenzó a aumentar. ¿Música? Si, era música y de la buena.
Extasiado, Diego se abandonó a la dulzura de la melodía: Claro de luna. Las bocas de la planta se abrían una y otra vez, en amorosa súplica. La imitación de la sonata era perfecta. El cadencioso murmullo crecía y crecía, reverberaba en la cabeza de Diego. Curiosamente, comenzó a sentirse excitado. Una de las flores le rozó el rostro. Sorprendido, extendió la mano y la flor permaneció ahí, agradecida por el roce de su piel. Otra flor más se acercó a él. Diego se dejó acunar en ese abrazo hecho de hojas y sonidos armoniosos. Las flores, esas infinitas bocas de Delia, se aproximaron una vez más, para luego replegarse en un juguetón escarceo. Buscando más caricias, Diego extendió los brazos hacia la ahora enorme planta. Tratando de aferrarse con desesperación a ese extraño ser vegetal sediento de ternura que lo llamaba, Diego se hundió aún más en la generosa espesura.
La planta tembló, la música fue extinguiéndose poco a poco y Delia se inclinó sobre él, embriagándolo con su aroma sensual. Entregándose al abrazo, Diego la sintió palpitar y él también vibró.


Morales suspiró. Tras los ahogados quejidos de Diego, que se fueron apagando poco a poco, la habitación había vuelto a quedar en un silencio quieto. Delia parecía dormir. El hombre acarició las hojas, que apenas se estremecieron, un suave suspiro se escapó de alguna de sus bocas. Luego, Delia eructó.
El hombre cerró la puerta de la sala y se dirigió a la biblioteca. Sentándose ante su ordenador, comenzó a redactar una nota: “Laboratorios Talar busca para sus oficinas a empleados de 20 a 35 años, se requiere nivel universitario y experiencia previa. Inútil presentarse sin referencias.”
Afuera, se escuchó un trueno. Luego, comenzó a llover.


(cuento publicado en la revista SUSANA en septiembre de 2011)

sábado, 14 de julio de 2012

Crónica de las Primeras Jornadas Internacionales de Ciencia Ficción

Inauguración de las Jornadas

Contrastando con el clima frío que soportamos estoicamente los porteños durante el mes de julio, entre los días 10 a 12 de junio se celebraron en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, las Primeras Jornadas Internacionales de Ciencia Ficción, las que contaron también con el aporte de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de la Plata. Las Jornadas recibieron adhesiones de universidades nacionales y extranjeras y la iniciativa en promoverlas fue del Colectivo Internacional Middle Brown Culture.

Durante la inauguración de las Jornadas, y en la introducción al tema, el Dr. Américo Cristófaro (UBA), además de señalar que la ciencia ficción importa una “ficción de la ciencia”, acotó con respecto al desenlace de las ficciones del género que “la imaginación apocalíptica del futuro impone alguna incomodidad”.






La Dra. Cecilia Chiacchio (UNLP) dijo que “La ciencia ficción utiliza las metáforas de otros mundos para hablar del presente” para provocar en el lector una respuesta intelectual y un compromiso social.




El Licenciado Gabriel Matelo (UNLP), después de señalar que hoy la ciencia ficción no necesita ser defendida, y después de enumerar las diferentes posturas ante este género, señaló que “El verosímil al que aspiran las normas del género la convierten (a la ciencia ficción) en una literatura en el registro modal del realismo”. Hablando de la construcción de mundos, señaló que “en la ciencia ficción, cada texto construye su mundo”.



Refiriéndose a la ciencia ficción argentina, Adrian Ferrero (UNLP)  disertó sobre la traducción literaria, la metaforización  y contextos de producción, para luego analizar  la novela Kalpa Imperial, de Agélica Gorodischer.
Marcelo Diaz (UNRC) se abocó a describir la cartografía del género en el campo literario cordobés actual, y además de mencionar que algunas de las ficciones de sus colegas cordobeses salieron publicadas en la revista Axxón para luego referirse a obras como "El loro que podía adivinar el futuro"y a "Cielos de Córdoba" de Federico Falco.
Fernando Balverde (UNLP) Habló sobre mutaciones distópicas del espacio urbano, en dos novelas argentinas: "El aire", de Sergio Chejfec y "El oficinista", de  Guillermo Saccomanno. Señaló que "hay libros que crean ciudades", "las ciudades se configuran con imágenes", y que las dos novelas, que luego analizó, son bien son "aparentemente distintas" se enfocan en describir de la "degradación de los espacios citadinos"
Rolando Maradey (UADER) enfocó el tema de la estética de resistencia y estética de represión, en Winston Smith ("1984 ", G. Orwell) y Juan Salvo (El eternauta, de H. G. Oesterheld).



Panel sobre Ciencia Ficción, utopía y cine


Márgara Averbach (UBA) Habló sobre ciencia
ficción blanda, fantasía e historia.














Daniel Del Percio (UCA) disertó sobre Fósiles del Horror: ucronía, distopía y nazismo en The Iron Dream de Norman Spinrad y Leandro Arteaga (UNR) se refirió a Arnold, Bradbury, y el cine.

Crónica de las Primeras Jornadas Internacionales de Ciencia Ficción

Las nuevas formas del fantástico y la ciencia ficción: escritores noveles argentinos


Sergio Gaut vel Hartman,  Claudia Cortalezzi, Juana I. Gallego, Francisco Constantini, Hernán Dominguez Nimo, Esteban Moscarda, Néstor Darío Figueiras.

Los miembros del panel, cada uno dueño de un estilo y un carisma propio, expusieron la forma en la que fueron atrapados por el género de la ciencia ficción y de que manera influyó en su labor de creación literaria.
Hernán Domínguez Nimo dijo "cuando escribimos sobre las escamas del monstruo, en realidad estamos escribiendo sobre la pelusa que tenemos en el ombligo"
Francisco Constantini dijo: "La ciencia ficción no es tanto un género como un punto de vista".








Crónica de las Primeras Jornadas Internacionales de Ciencia Ficción


Historieta argentina y ciencia ficción



Mauro Mantella, Matías Santellán y Salvador Sanz

:


La ciencia ficción en el cine y en el teatro

Entrevistas a Horacio Banega, Ricardo Manetti y a Emilio Bellón, presentados por María Valdéz


Primeras Jornadas Internacionales de Ciencia Ficción

Disertación de Sergio Gaut vel Hartman

El Sur también existe. Geografía de la ciencia ficción argentina

Presenta Martín Felipe Castagnet



Sergio Gaut vel Hartman se presenta como alguien que tiene ya casi sesenta años como lector de ficción. Así, con sencillez y un lenguaje fluído,  nos describe su infancia, su juventud y su madurez, usando como referencia su amor por la lectura de la ciencia ficción, que lo llevó desde muy temprano a convertirse en escritor. "Me desesperaba buscando libros", dice, cuando habla de su infancia.  Un día descubrió a la colección Minotauro y "se me abrió la cabeza". "Si el sentido de la maravilla afecta a los grandes, imagínense como afecta a un chico. Estaba pendiente de los libros. Compraba la revista "Más Allá" de a una, en el parque Rivadavia."
 Así, nos cuenta su historia y la de la ciencia ficción argentina, a lo largo de las décadas., para concluir señalando que " hoy en día si bien hay una ciencia ficción espacial, se ha multiplicado hasta el infinito la problemática del género".

Entrevista a Carlos Gardini y a Pablo Capanna, por Patricia Lozano


Para Carlos Gardini la ciencia ficción no es una elección de género, todo depende del contexto. Los rótulos no orientan. No le interesa si algo se encuadra dentro de determinado género: "lo que es realista o fantástico depende de nuestra percepción de la realidad". "Todo libro es una exploración, uno no sabe bien a dónde va." Cuenta que la novela Fábulas Invernales la comenzó a escribir en un bar, en una servilleta de papel.

Para Pablo Capanna, quien ha escrito sobre Ballard y Dick y ha sido un profundo investigador de la obra de Cordwainer Smith, hay dos maneras de escribir: la talla (el escritor que saca de un texto todo lo que le sobra) y  el modelado (el escritor que le agrega cosas, lo recicla o lo elimina). Entre las anécdotas que cuenta, explica que Cordwainer inventaba idiomas para ponerles nombres a sus personajes.






Después de la clausura de las Jornadas:




Hasta las próximas Jornadas...

martes, 3 de julio de 2012

Una nueva actualización del blog Químicamente Impuro

En Químicamente Impuro, una nueva actualización a cargo del heliconio Odeen Rocha.
Encontrarán cuentos breves como éste y otros muchos más. Los invito a disfrutar de la lectura.

El otro lado – María del Pilar Jorge &; José Luis Velarde


La muchacha, fastidiada por tener que estudiar la lección de historia, revoleó el libro por el aire. La ley de gravedad cumplió el resto de la tarea y el texto cuidadosamente encuadernado cayó del otro lado del cerco de ligustro. Arrepentida de su arranque y presintiendo que iba a ser castigada por su audacia, la muchacha asomó su cabeza por sobre el cerco, pero no logró ver dónde había caído el libro. Lo que si supo fue que más allá del seto sonreía un joven trazado con letras centelleantes. Retrocedió sonrojada sin dejar de masticar las bayas amargas de la planta. Un instante después el libro se le estrelló en el rostro. Quiso reclamar, pero el muchacho ya estaba a su lado en un trazo firme y amoroso. Las letras puntiagudas se entremezclaron con las líneas redondeadas de la joven en un grafiti suicida sobre la acera indiferente.


Sobre el otro autor: José Luis Velarde

jueves, 7 de junio de 2012

Apasionadamente Venus


Ann_Té, con un gesto lúdico, hundió sus dedos en el frasco lleno de salmuera y extrajo una lombriz; se la introdujo en la boca y la saboreó. Sham apartó su vista del panel de navegación y observó a la venusina con disimulo: imaginó el sabor picante de la lombriz diluyéndose en la boca de Ann_Té, imaginó a esos labios amarillos, incitantes, recorriendo su cuerpo y lo inundó una oleada de calor. Las reglas de convivencia intergaláctica le impedían relacionarse con los habitantes de otros mundos, pero la mirada de Ann_Té fija en él era demasiado provocativa para ser eludida. La actitud de la muchacha tenía algo de desafío, un desafío que Sham evitó una vez más. Optó por concentrar su atención en las luminiscentes pantallas en las que se podía apreciar el espacio exterior. Dentro de una semana, cuando arribaran a Anouk XV terminaría su suplicio, no la vería más y podría finalizar una relación que jamás había comenzado.
Un imprevisible viraje de la nave regresó a Sham a la realidad y lo obligó a centrarse en los controles de la computadora madre. Solucionado el problema, Sham volvió a zambullirse en sus pensamientos. Especuló que, tal vez, si Ann_Té accedía a instalarse con él, cuando llegaran a destino renunciaría a su tarea de mecánico y navegador y haría las gestiones para que les asignaran uno de los edificios nuevos, modernos y de exterior impoluto que abundaban en Anouk XV. Allí nadie se iba a inmiscuir en sus hábitos sociales y podría disfrutar, sin culpas, de los placeres de la venusina. Por sus trabajos en la Flota le correspondía una anualidad fija con la que ambos podrían convivir. La próxima vez que ella intentara avanzarlo, se lo diría, estaba casi seguro de obtener una respuesta afirmativa. Después de todo, qué tenía que perder.
Pero cuando la volvió a ver, las palabras de Sham murieron antes de ser pronunciadas: el cuerpo de Ann_Té había cambiado, se notaba más grande, redondeado, informe, parecía que la venusina se encontraba a punto de estallar.
—Desovar —aclaró ella, al adivinar sus pensamientos.
Aunque no lograba entender lo que estaba sucediendo, presa de una irrefrenable excitación, Sham preguntó:
—… ¿y yo puedo acompañarte? Te ayudaría con tus pequeños.
—Por supuesto. Ésa siempre fue mi idea: mis crías necesitan alimento.

Un respetuoso recuerdo

 "Sobre el planeta rojo –que su profecía nos revela como un desierto de vaga
arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena".
Prólogo de Crónicas marcianas Jorge Luis Borges.


Lo conocí por primera vez, gracias a su libro “Crónicas Marcianas”, uno de los tantos textos que se leían a comienzo de la década del 60 en el programa radial “El Libro leído para usted” emitido en Capital por Radio Nacional. La lectura de sus cuentos me provocaba una peculiar expectativa y esas historias, que me calaron hondo, fueron unas de las responsables de mi inclinación hacia la literatura de ciencia ficción.
Ayer, al enterarme del fallecimiento de Ray Bradbury (1920 – 2012), me quedé sin palabras; hoy le ofrezco mi respetuoso recuerdo al que fue uno de mis primeros de mis maestros.

martes, 29 de mayo de 2012

Cuando los escritores se divierten.


Cuando los escritores se divierten, escriben "cadáveres exquisitos" (cuentos creado por varias manos).
Una muestra del buen resultado del trabajo en equipo, en el que yo también metí mis manotas, es el cuento:
Fantasmas del pasado, escrito por José Luis Velarde, Eduardo Poggi, Esteban Moscarda, Sergio Gaut vel Hartman y por mí.

"Miró la casa, distante unos cincuenta metros, aunque en medio de aquella tenue luz rojiza resultaba arduo apreciar tamaños y dimensiones. La casa parecía construida sobre una plataforma horizontal de mármol negro, ubicada cerca de la cresta de un farallón de piedra caliza. El atardecer menguante añadía tonalidades fantasmagóricas a la perspectiva del hombre fatigado; aunque no dejaba de caminar, la distancia permanecía invariable. Tanto esfuerzo inútil sin permitirme reposo, pensó. Debía llegar antes del oscurecer. Transpiraba pesar del frío húmedo del otoño. Ya casi llegaba: podía oler el aire del mar, presentir el sonido de las olas. Acicateado por sonidos y murmullos, hizo un último esfuerzo por apresurar el paso. No quería enfrentar de noche lo que se escondía en las entrañas de la casa..."

Pueden leer el texto completo en el blog Breves no tan breves,

http://brevesnotanbreves.blogspot.com.ar/2012/05/fantasmas-del-pasado-maria-del-pilar.html

lunes, 14 de mayo de 2012

Minicuentos...





Ayuda inesperada
Ante el vacío de la página en blanco, el escritor se dijo
"Más vale mouse en mano, que cien ideas sueltas volando".

Confusión
  Cuando llegó al centro del laberinto, el Minotauro ya no estaba allí. Recién entonces, Monterroso comprendió que se había equivocado de cuento.

Ráfagas
   Pensaba tan rápido, que las palabras corrían por la mesa y por las paredes, para ocultarse en los rincones, antes de que pudiera escribirlas.

Testigo
Desorden, destrozos y un oscuro abandono. El único testigo es un espejo roto, que repite en sus fragmentos, imágenes truncas de un cuerpo ensangrentado.

martes, 3 de abril de 2012

Obsesión: receta sencilla para escribir ficciones



Busque una imagen, foto o escena inspiradora y obsérvela de manera fija y atenta. Es probable que una vez que la eligió, ya no le guste; pero le aviso que no hay vuelta atrás. Analícela: lamentablemente las figuras no hablan. Váyase a dormir e intente soñar con ella.
Cuando ni siquiera en estado alfa logre nada, deje de asaltar la heladera, apague la pc y huya de su casa. Practique yoga, relájese para que circule su energía, utilice posturas invertidas para que se le irrigue bien el cerebro, repita el mantra om con toda la potencia de sus pulmones, intente doblar las rodillas, brazos, cuello, y otras partes de su humanidad, pero no demasiado, no sea cosa que se quede duro en el intento. Después olvídese de la condenada ilustración, tome un buen libro y lea cosas como ésta: "La obsesión se construye... sólo se necesita de un acontecimiento que nos altere drásticamente la vida" o "La obsesión nos hace perder el sentido del tiempo, uno confunde pasado con remordimiento" (Prisión perpetua - Ricardo Piglia
Probablemente descubra que algo comienza a fluir dentro de su cerebro. Igual no se confíe, porque aunque todo escritor en ciernes posee una buena dosis de "obsesión", acostumbra a perder el tiempo y los recuerdos del pasado suelen confundírsele. No sea vago, siéntese y escriba antes de que se le escapen las ideas: garrapatee algo, cualquier cosa, y si no se le ocurre nada, por lo menos invéntese una receta sencilla para escribir ficciones.

martes, 27 de marzo de 2012

Perfección fugaz



La solipsita se sentía única, hermosa, perfecta, irrepetible: la responsabilidad de la existencia del universo, el girar de las esferas, el curso de los vientos, el flujo de las mareas, todo dependía de ella, o eso creía, al menos. El Guardián temió por la supervivencia de las especies y resolvió enfrentarla a la prueba suprema: los espejos.
La solipsita se vio, a sí misma, repetida en cien imágenes. Los puños cerrados golpearon los espejos, una y otra vez, hasta romperlos. Cuando la sangre manchó los fragmentos de cientos de solipsitas, la criatura lloró por primera vez en su vida.


Publicado en el blog: http://quimicamenteimpuro.blogspot.com.ar/

jueves, 19 de enero de 2012

Chiaroscuro



Recién amanecía: era demasiado tarde para irse a dormir y demasiado temprano para ponerse a llorar. La vida te curte, te endurece, incluso puede embrutecerte pero Julián, después de que encontró un niño, envuelto en ese trapo hediondo, durmiendo en un oscuro zaguán, solo deseó salir corriendo. Contrasentidos, contradicciones, el blanco y el negro, el yin y el yang: adentro, el lujo dispendioso y platos con restos de comida, apilados en la cocina. Afuera, la mugre y la vida miserable de los linyeras.

Julián caminó. Caminó por las calles vacías de una ciudad adormilada. Recordó a Amanda y a Carlos, a Luisa y a Jorge y a su soledad de hombre sin pareja estable: los muchos amigos no remplazan al amor. A cierta altura de la noche, después de los brindis y los saludos efusivos, la bebida le había soltado la lengua y por un rato que se le hizo eterno logró experimentar el efímero placer de la venganza. Les dijo a todos y a cada uno lo que pensaba de ellos. Pero nadie se molestó, al contrario, todos reían, festejando lo que llamaron su “peculiar sentido del humor, entre negro y sórdido”. Sus risas lo enardecían más y más, malditos sean todos, pensaba mientras redoblaba la apuesta y arremetía con cizaña destacando los defectos, fallas y vicios de sus amigos. A Amanda, de tanto llorar se le había corrido el rímel, Carlos cabeceaba adormecido, indiferente a los epítetos de “gordo inútil y obsoleto” y “fracasado pelafustán” con que lo describía. Jorge —la copa siempre llena— disfrutaba de la escena como si nada de lo que Julián decía pudiera afectarlo. Solo Luisa, después de las primeras carcajadas, había caído en el silencio, observándolo con sus enormes ojos muy abiertos, como quien contempla a un loco. ¿Loco?, si tal vez lo estuviera, pero los locos, por lo menos, pueden decir impunemente lo que piensan, con la tranquilidad de que nadie se va a ofender, porque están locos. Además, era muy probable que cuando despertaran solo tendrían un recuero ambiguo de esa fiesta de fin de año.

Un sabor acre le subió a la boca y en su garganta nació una arcada. Julián se acercó al cordón de la vereda y vomitó; un fuerte efluvio de alcohol se desprendía del lechoso líquido rojizo con el que enchastró la vereda y su camisa. Se apoyó en un árbol y respiró hondo: se sentía mejor, pero no lo suficiente. Debía regresar; subiría a su auto, se recostaría en el asiento trasero y dormiría hasta que ese odio por la humanidad que le había despertado la borrachera se diluyera una vez más, mutándose en la habitual plácida complacencia. Pero antes haría algo, pensó, porque si el mundo se hunde irremediablemente en la indiferencia, es hora de despertar. Trastabillando y luchando contra el mareo que quería ganarle la partida deshizo las pocas cuadras que había caminado y regresó al punto de partida. En el zaguán, el niño abandonado todavía dormía. Julián buscó la billetera y sacó algo de dinero y se quedó ahí, con el dinero en la mano, mirando al chico. Se lo pondría debajo de la campera que usaba de almohada, subiría a su automóvil y chau. Pero no pudo, la náusea y el mareo fueron más fuertes. Se apoyó en un poste y volvió a vomitar: fue sólo líquido y ese olor pestilente a alcohol. No bebería más, a partir de ese nuevo año no bebería más.

Usó la alarma del automóvil para encontrarlo, con un poco de trabajo logró embocar la llave en la cerradura de la portezuela. Adentro, en el bolsillo de la puerta delantera encontró la botella de agua mineral, bebió un largo trago, se sentó en el asiento y cerró los ojos. Lo envolvió el sopor y su cabeza se deslizó hacia atrás.

Lo despertó un rayo de sol y el insistente gorjeo de los pájaros. La ciudad aún dormía. Bebió más agua y se mojó la cara. Miró el zaguán: el niño seguía allí. Sí, estaba loco, lo sabía, también sabía que se iba a arrepentir, pero se bajó del auto y avanzó hacia el chico. Lo alzó con trapo y todo, y lo acostó en el asiento trasero; después, cerró las puertas de su vehículo, encendió el motor y se alejó.


publicado en: http://brevesnotanbreves.blogspot.com/