
En Ottilia, las calles son estrechas, empedradas, con lomas que suben y bajan. Las casas, blancas, con techos redondos y muchas ventanas en las que brillan los hilos de seda de las cortinas.
Los niños corren libres y sin miedos, gallinas y perros escarban la tierra de las quintas. El río está cerca. Es siempre verano, por eso las siestas son largos rituales.
Hombres hay muy pocos. Sólo permanecen los más viejos y los más pequeños.
Las mujeres tejen alfombras, cortinas, túnicas de texturas sedosas y colores claros. Suelen ser muy bellas y entrelazan cordones multicolores en sus trenzas.
Pero los forasteros temen quedarse a dormir en Ottilia.
Sucede que las camas están cubiertas por sábanas tramadas, y la leyenda cuenta que cuando las mujeres de Ottilia envuelven a sus amantes con ellas, sus cuerpos se transforman en simples dibujos impresos en las telas.
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